El deporte, sintetiza no sólo el esfuerzo físico emancipado de la producción sino también un cierto tipo de actividad lúdica y por tanto exenta de finalidad. Y uno de los lugares que localizan ese tipo de acciones que suponen un esfuerzo físico, pero que no están sujetas al comercio ni a la producción es el gimnasio. Allí, como en los antiguos baños, termas y saunas, la actividad deportiva tiene por finalidad sí misma, perfeccionando al agente de la acción y no lo exterior o producido por el agente actor. Y justamente porque la acción queda dirigida a sí misma, los gimnasios son también el lugar de la palabra. Palabra que se vuelve retórica, como el esfuerzo físico previamente se tornó deporte o gimnasia.
La proximidad de los gimnasios actuales respecto de los cretenses es fundamentalmente la ausencia de una finalidad productiva. El rendimiento de la acción recae directamente en el sujeto. En esa liberación respecto de la producción está su semejanza y esa sea probablemente su crítica. En efecto, ha transcurrido tiempo desde la vieja y siempre nueva Grecia. El hombre de nuestro tiempo habita un entorno diferente, menos estable, más caduco. En la Modernidad el hombre se transformó en sujeto y el mundo en un objeto desde él. El cogito y el dubito, separaron definitivamente la res cogitans de la extensas. Invirtieron el realismo clásico. El mundo pasó a ser contenido de la conciencia y “se convirtió en un ahí desde mí”. El hombre posee su cuerpo a la manera de objeto considerándose como posesión individual (propiedad) y no como dimensión del ser. La modernidad opone mundo y cuerpo a ser. Es verdad que la modernidad planteó una planificación minuciosa del mundo pero no se orientó detalladamente al cuerpo humano hasta el final de la II Guerra mundial. La remodelación de la corporalidad y sus funciones, parece haberse convertido en objeto de máxima, tras haber alcanzado la ciencia y la técnica, con la bomba atómica, el summun de dominio sobre el mundo.
Pero, una nueva inversión se ha llevado a cabo en la actualidad: el sujeto se ha convertido en objeto. La proliferación de los gimnasios es solidaria al capitalismo postmoderno y al fenómeno de la globalización y la hipermediatización de la realidad operada por los mass media. Profundicemos un poco dando un rodeo. La tardomodernidad o sobremodernidad se ha caracterizado por la cancelación de la noción de espacio tradicional euclidiano. La velocidad de las comunicaciones, el instantaneísmo virtual ha convertido el espacio en lo que, suficiente número de autores, han denominado no-lugar. Entendemos por no-lugar lo opuesto a un ámbito de identidad relacional o histórica o dicho en afirmativo: “lo que no puede definirse como espacio de identidad, ni como relacional, ni como histórico definirá un no-lugar”, anota Marc Augé. Los no-lugares son sobretodo lugares de paso, de circulación: los flujos los atraviesan. En efecto, aún son espacios que tienen que ver con individuos aunque éstos, apunta Marc Augé, “no están identificados, ni localizados, ni socializados (…) más que a la entrada o a la salida”.
Hoy, los gimnasios sustituyen a los clubs de barrio de la modernidad de postguerra, donde sí había una identificación con el lugar al que se pertenecía y donde el hablar de “lo suyo” era un hablar de “lo nuestro”. Los gimnasios de nuestra actualidad, no asumen ni representan el locus sobre el que se asientan. Y no poder hacerlo obedece a un modelo de cultura globalizada, a saber, “la del tránsito, la del transeúnte” y en última instancia la del vagabundo errante. Los gimnasios comparten el tiempo con otros espacios del tránsito como los shoppings, las estaciones de servicio, los centros comerciales, etc. Incluso comparten sus mismas ideas de márketing. Los gimnasios como sus coetáneos espacios de consumo, comparten las mismas señas de identidad, siendo la más intensa la falta de identidad relacional. Resulta que es solidaria a la emergencia de los no-lugares, la confluencia de soledades, es decir: individualidades que no tienen qué compartir como no sea el fin por el que comparecen a los no–lugares: el consumo.
Y nos preguntamos ¿qué hace digno de mención a los gimnasios dentro de la época del consumismo? A mi juicio no es otro que el deslizamiento del sujeto al ámbito objetual. A diferencia del resto de los espacios de consumo, donde el sujeto consume el objeto del que se apropia, en el gimnasio sujeto y objeto coinciden. En puridad, habría que decir que el cuerpo del sujeto se convierte en el objeto de consumo. No es casualidad que los gimnasios ofrezcan arquitectónicamente una transparencia visual respecto de su interior. Los que hacen deporte se han convertido en el objeto de atracción, por eso se exponen, cuya imagen deviene objeto de consumo. Lo expuesto es el sujeto, el cliente consumiéndose como objeto; el cuerpo en ejercicio del sujeto es expuesto como si fuera la mercancía; debe ser mostrado permanentemente. Se exhibe, se anuncia, se expone, fenómeno que ha hecho de los gimnasios uno de los espacios arquitectónicos más significativos de la mercantilización de la vida social. Las transparencias del interior de los gimnasios al exterior, su carácter expositivo, como si de una suerte de escaparate se tratara son correlativas y simultáneas a la proliferación de los espejos dentro de las propias instalaciones deportivas ¿Qué representan los espejos? El trasunto de la mirada exterior al objeto de consumo que se expone, a la mirada interior del sujeto que se percibe a sí mismo como objeto de consumo. El espejo se convierte en un interlocutor íntimo. El espejo nos dice que aún no somos según la medida o el patrón de consumo, a cuya satisfacción aspiramos consumiéndonos como objeto. Juzgamos nuestro cuerpo a posteriori del diálogo sujeto/espejo en una suerte de performance en que actor y espectador coinciden.
El mercado a través de la imagen que los mass media proyectan, parece tomar a su cargo la gestión del cuerpo. El canon obedece ahora a una suerte de criterios de mercado emancipados de la belleza. Bello ya no es lo que hace bello al hombre sino aquello que lo hace apetecible para su consumo. Del mismo modo que el mercado gestiona la variación de los criterios de consumo creando y cancelando los productos en un proceso ilimitado, los gimnasios se convierten en la localización de la satisfacción de la formalización del cuerpo respecto de los criterios del mercado. Tanto el consumo de objetos, como el consumo del propio cuerpo (consideración del sujeto como objeto) son representados como placenteros. Así, el mercado acaba gestionando la forma del cuerpo, a través de cuyo consumo, se produce placer. Consumo de objetos es a gasto o esfuerzo económico o shopping lo que formalización del cuerpo, según los criterios de mercado, es a esfuerzo físico o gimnasio. En uno y otro caso, lo placentero oculta lo coactivo. No parece, por concluir, que el cuerpo se haya liberado sino más bien se ha racionalizado según la órbita de la irrealidad de los medios de comunicación y de las leyes de mercado. La racionalización iluminista se ha deslizado en su frenesí, hasta la objetualización del cuerpo. El cuerpo como objeto que se trabaja, se moldea, se manipula, se opera, se modifica. Los gimnasios fijan el lugar donde el “cogito” postmoderno impone sus formas al cuerpo, como si de una masa informe se tratara. Masa cuya forma viene impuesta por la imagen del mercado.
Queda preguntarse a continuación y en primer lugar por “los marginados” ¿Quiénes son según las leyes de mercado? Es evidente que aquellos que no consumen, y para lo que nos ocupa, los gordos y los feos, a saber, lo que no obedecen a la imagen de mercado y no pueden domesticar su cuerpo según criterios publicitarios. Aquellos cuyo patrón o medida física, está fuera de la medida creada por las leyes de consumo y no por una medida cifrada según “lo humano”. En segundo lugar, conviene advertir que resulta del todo paradójico, que el tiempo del culto al cuerpo sea correlativo al tiempo de la devaluación de las relaciones personales. Relaciones que se han virtualizado en la red, quedando tipificada la comunicación, entre otras cosas, por la descorporalización.
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